La guerra, la migración y el desgarro interno
guerra sin fin
May Ulloa
Grupo Representativo de Escritura Creativa
Texto creativo resultado de una sesión de escritura en la que las integrantes del Grupo Representativo de Escritura Creativa buscaron casos de migración en sus historias familiares o en noticias de actualidad para conectar emocionalmente con esa persona y escribir sobre esa experiencia.
Para Raymundo Serrano Corral. Espero que en muerte no resientas tanto el peso de la dictadura eterna …
Hace ya casi un siglo llegó uno de los grandes monstruos de la derecha. Con la idea disociada de creerse invencible, pudo conquistar la vieja patria.
Era el año de 1936, y las redes del fascista con delirio de grandeza se encontraban más fuertes y tensas que nunca sobre un país sin rumbo.
Era el año de 1936 y Raymundo, desde la trinchera opuesta, se atrevió a dispararle a los militares. Con amigos de la infancia se adentró en el momento que lo llevaría a escapar de su país para terminar a un mar y a 40 años de distancia.
Con miedo y rabia acumulados, comprendió que tenía que irse. Pero el detonante no fue la guerra, fue una mentira: le dijeron que su familia estaba muerta.
En barco y a pie llegó a la tierra de los hombres que dispersó la danza. Sólo, sin su arma. Con piel clara y acento marcado inmediatamente se supo extranjero, inmigrante… extraño.
Tuvo que rehacer su vida y cargar con secuelas. Revivía sus recuerdos de la guerra; y lo torturaba en sus pesadillas el militar con complejo de dios.
El destino siguió jugando sucio, descubrió la verdad sobre su familia en la tierra vieja. Sus dos mundos se encontraron, colapsaron a medias. El reencuentro total fue imposible. Su hijo mayor, resentido por el aparente abandono, prefirió creerlo muerto.
Y no fue así hasta unos años más tarde, bajo el manto del cigarro y la bebida. Por mucho tiempo decidió creer que su hogar ya no existía, murió sin ver el fin de la dictadura. Su cuna se quedó como un recuerdo reprimido, como un sabor amargo. La familia cuenta que agonizó entre gritos y llanto. Y aún después de muerto desde su recámara se escuchaba: “¡Me cago en Franco y en la puta que lo parió!”