IA ¿amiga o enemiga?

Inteligencia Artificial: una cuestión ética y social
May Ulloa
Grupo Representativo de Escritura Creativa
No es mentira que absolutamente todo lo que inventa el ser humano necesita regulación: el mercado y las criptomonedas son un buen ejemplo. Pero, ¿cómo podemos regular nuestras invenciones si nosotros como especie nos comportamos de manera barbárica? Jean-Jaques Rousseau afirmaba que el hombre es bueno por naturaleza y es la sociedad la que lo corrompe; una afirmación que apuesta por la bondad de la especie humana ante la catástrofe capitalista que nos azota desde el siglo XIX.
Retomando el punto de la regulación, en la actualidad se está viviendo una revolución tecnológica que, a diferencia de los siglos anteriores, crece de manera casi tan desenfrenada como la inquietud de seguir generando más riqueza. Uno de los eventos que ha marcado un antes y un después en la era de la tecnología es la Inteligencia Artificial, definida por el Departamento de la Universidad de Stanford, Estados Unidos como la ciencia y la ingeniería de hacer máquinas inteligentes.
¿Con qué objetivo? Es un intento para comprender la inteligencia humana y reproducirla. Un ente en condición digital condenado a reproducir tareas intelectuales humanas. ¿Qué tan lejos ha llegado el capitalismo que ahora quiere replicar la miseria de la reflexión humana en computadoras? ¿Acaso se perdió esa capacidad de empatía y comprensión y por eso surge la necesidad de que algo más entienda qué nos pasa? ¿Lo que somos? ¿Cómo plantear esa desconexión humana?
Algo que resulta curioso es que la inteligencia artificial lleva aquí un tiempo. ¿Cuánto? Bueno, desde el siglo XIX con el pensamiento matemático, con el trabajo mecanizado y con las bases de la informática; tal vez el nombre de Alan Turing resulte familiar. La cuestión es que las versiones liberadas para la población general ni siquiera son tan potentes si hablamos en términos de utilidad y eficacia. Sin embargo, generan un efecto de dependencia que nos recuerda lo vulnerables que somos ante los impulsos y las tendencias consumistas, que cada vez nos definen con más crueldad como personas.
¿Cómo plantear esa desconexión humana?
El uso indiscriminado de la población en general de cualquier avance tecnológico, ha provocado que cualidades fantásticas del ser humano como la creatividad, la espontaneidad y la sensibilidad, perezcan ante la mecanización y la monotonía de una vida cada vez más industrializada. Las personas ya no saben (y ya se les dificulta) escribir, leer y analizar, provocando pensamientos en masa sin originalidad y de naturaleza tendenciosa. Incluso el habla se ha limitado a frases prestablecidas por un algoritmo que no será cuestionado en un buen tiempo; al menos, hasta que las consecuencias sean más notorias.
Incentivar una cultura de uso responsable y de concientización para el aprovechamiento de la IA como una herramienta es fundamental para que el desarrollo abra paso a la concepción de nosotros como mediadores para su control. Esta problemática es multifactorial, se tiene que tomar en cuenta otras cuestiones como las excesivas jornadas laborales, el traslado para el trabajo y un entorno sociopolítico que cada día empeora más. Con estos factores se desenmascaran varias cosas: las personas comunes no tienen tiempo para pensar, pues todas sus energías se centran en la vida laboral. Es así que una vez más se comprueba: el desarrollo libre del pensamiento es un privilegio de las clases altas.
Si yo no tengo la fuerza suficiente para pensar, ¿por qué estaría mal que alguien (o algo) más lo hiciera por mí? La inteligencia artificial también es un recordatorio de otra característica de la modernidad: la inmediatez. Todo se necesita para hoy, producido en masa. Si no es así, no sirve. En una sociedad donde un renglón redactado mediante algoritmos puede resolver un aspecto parcial de mi vida que es un generador de estrés, la idea de tener todo rápido es maravillosa. Así puedo enfocarme con más facilidad en una jornada escolar o laboral excesiva, cumplir con mi parte en esta larga cadena en la que yo solo soy un peón y un generador de riqueza para alguien más.

Tiempo, inmediatez y producción en masa. Tiempo es algo que no se tiene, inmediatez es lo que se exige, y la producción en masa ahora es mi naturaleza. Esta posición desventajosa no solo se queda en el ámbito laboral: trasciende a escalas más oscuras, en donde la regulación debe ser un imperativo, pues es ahí donde lo que queda de cualidad humana peligra. La generación de imágenes por inteligencia artificial no se quedó solamente en la creación de un logo que se ve irreal, ya traspasó la barrera de lo ético con la generación de desnudos.
Ahora no solo datos, preferencias e información sensible se encuentran vulnerados, sino también nuestro cuerpo y nuestra privacidad, que era lo único que podíamos seguir poseyendo como símbolo de resistencia. Miles de usuarios que comparten fotos de sus rostros/cuerpos podrían ser víctimas de que alguien más desarrolle imágenes y videos pornográficos: sin su consentimiento y sin su conocimiento. El escenario de la multifunción para la IA es una realidad que debió haberse previsto, porque esto no es culpa de la inteligencia artificial: es del usuario y del desarrollador al no poner cláusulas de uso y límites. Esto nos lleva a la duda final: ¿la inteligencia artificial es nuestra enemiga?
Mi respuesta sería no. Los verdaderos puntos para analizar deben ser la sociedad de consumo, la industria tecnológica y aquellas personas que se encargan de la distribución en masa de ideas históricamente prestablecidas. La culpa es de un sistema que nos priva de la libertad intelectual y nos condiciona a seguir patrones que hieren la sensibilidad humana en lo más profundo, fraccionando cualidades y rompiendo espíritus. Esta tecnología no es la culpable de la naturaleza corrompida de sus creadores ni de un entorno tan hostil que hace que broten degeneraciones; al contrario, la sociedad y sus dinámicas son la causa del mal uso que se le da a esta tecnología. Es importante recordar que, como dijo Rousseau, así como el hombre recién nacido, la inteligencia artificial ignora la distinción entre el bien y el mal.