¿Acaso no van al cielo los que aman?

dos mujeres
Guillermo Bohórquez
Grupo Representativo de Escritura Creativa
Intervención fotográfica: Fernando Martínez, Grupo Representativo de Fotografía
Salí desde muy temprano a comprar las cosas que iba a vender en la feria. El sol me hizo ojitos cuando salió. Si por mí fuera, me hubiera quedado en la cama hasta tarde, me hubiera tomado el café con menos prisa y me hubiera quemado menos la lengua. Pero no puedo hacer esperar más a las flores. *Estos días he sentido mi cuerpo amolado. Mis amigas me dicen que es cosa normal de la edad; yo les digo que son achaques de quien le ha dado rienda suelta a la vida. Mi cuerpo ya está cansado, y eso que nunca tuve hijos.
No vayas a decir que me estoy quejando. Salir de temprano es muy bonito. Los niños siguen dormidos, los balcones amanecen desvelados y los hombres van saliendo chulos, adornados desde los hombros de gamuza, pantalones de mezclilla y botas de ante. Otros van vestidos de manta, la que les acaricia los tobillos, limpiando el polvo de sus pies y guardando del aire sucio sus piernas morenas. Cuando salgo a cualquier mandado, ellos son el alivio de mi vista. A cada hombre que veo, me lo imagino agachado recogiendo la alfalfa o capando un toro. Me lo imagino en mi casa, arreglando cualquier fregadera. Me lo imagino bañándose, el agua diáfana cayendo de la jícara y haciendo caricias juguetonas en cada curva de cada hueso, bajando por la espalda y cayendo por fin al piso, triste el agua de abandonar aquella cadena montañosa de piel dorada por el sol.
Gracias al cielo que conocí en mejores tiempos a muchos hombres en mi vida; ninguno le llegó a los talones a Tarcisio, que en paz descanse. Pero no te equivoques, que no guardo luto porque se haya muerto, sino porque se casó, y porque lo hizo eligiendo a la peor mujer que ha dado este pueblo. Porque pudo haber elegido a otras mujeres antes que a mí, pero eligió a Gregoria, y para siempre fueron Tarcisio y Gregoria.
De esa mujer no se puede decir mucho, y tampoco creo que su historia pueda merecer la tinta de estas palabras. Todo lo que tienes que saber es que aquella mujer selló, con su matrimonio, mis esperanzas de tener la libertad de salir a pasear por la calle con él. Porque la libertad de tenerlo siempre la tuve.
Tu pensarás que estoy confesando un pecado, y que irremediablemente me iré al infierno donde arden los adúlteros. Es probable que tengas razón, pero en mi defensa ¿acaso no van al cielo los que aman? Y yo por Tarcisio no tuve nada más que amor. Estoy segura que me encontraré con él después, allá arriba, donde van premiados los que amaron mucho a pesar de las trabas.
Nunca me dijo de su enfermedad. Desde que empezamos a vernos solamente supe que fumaba mucho, porque después de amarnos dejaba el aire turbado. De puro suspirar dejaba una neblina en el aire que no se disipaba ni con las ventanas abiertas. Sabías que estaba él en la iglesia porque antes de que prendieran el incienso, el templo ya estaba neblinoso.
Jamás le vi la muerte en los ojos. Tu dirás que estaba equivocada, pero pensaba que me iba a durar para siempre. Cuando una sabe que lo que hace está mal, no admite que el lujo le se le acabará más pronto de lo que cree. Mi tiempo con él no duró poco, pero sí estuvo carcomido por lo que las gentes decían de mí, por lo que rumoreaban y que siempre fue verdad.
Tener el puesto de Gregoria enfrente del mío fue una tortura de todos los años. Yo repudiaba a las abejas que llegaban por su dulce de calabaza. Todos los días que no fueran la fiesta del pueblo, yo soportaba hacerme a un lado, caminar más calles o dar más vueltas para no atravesar por donde ella siempre caminaba. No podía renunciar a mi puesto por dejar de verla, porque estaba en un lugar privilegiado, pero lo pensé más de una vez, con tal de no saber de esa mujer. Al final, creo que ella sufría más con verme a mí.
Cuando él le llegaba con la mentira, el humo ya lo había delatado
Recordarás que muchas veces nos peleamos de puesto a puesto; nunca fue fatal, porque espanta a la clientela, pero más de una vez incomodamos a la gente con las miradas espesas de quien odia a otra mujer por ser más dueña de un hombre. Jamás bajé la guardia. Yo sabía que cuando ella se fijaba en mí, descifraba que detrás de mis ojos estarían los recuerdos deliciosos de su hombre en mi recámara, exhalando humaredas de espeso vapor de tabaco. En ese momento me reconfortaba que el tormento de la señora esperando por Tarcisio en su casa era por la columna de humo que trepaba al cielo desde mi ventana y se podía ver por todo el pueblo. Cuando él le llegaba con la mentira, el humo ya lo había delatado.
Te confieso que no me arrepiento de nada. Fui feliz con lo que no era mío, y al tiempo que pensé en mi venturosa vida, vi mis flores cansadas y marchitas, agachadas sobre el jarrón metálico. El día que llegó mi mala hora, en que el doctor del pueblo me dijo que tenía cáncer, fui más feliz, porque por fin podría descansar y verme con Tarcisio en lo alto del cielo.
bailar sobre la tumba de una rival es inmundo
Esperaba al salir las condolencias del pueblo. Porque pese a que las consultas debían ser privadas, el médico era más lengua que gente. Me visitaron muchos ese día, pero nunca pensé tener la desgracia de recibir a Gregoria antes de morirme. Dejé que entrara a la casa; cruzó el patio y nos sentamos a la sombra del pirul. Sentí más asco por ella que de costumbre. ¿Venir a regodearse por la muerte lenta de una mujer? Por más que fuera una rival, bailar sobre la tumba de alguien es inmundo. Pero no venía a eso. Me trajo un remedio para los dolores, té de poleo y dulce de calabaza. No venía a hacer las paces, pero venía a cuidarme.
– Eres muy gentil pero no necesito de nadie, yo quiero morirme cuando Dios diga- le dije. *Sabrás que ella era mula. Gregoria se negó. Insistió, y aunque nunca le dije que era bienvenida en mi casa, siguió visitándome todos los jueves después de las cinco de la tarde. No es que no la detestara, pero al tenerla tan cerca y tan vulnerable, no concebía mejor acción que dejarla pasar. ¿Cómo llegamos a convivir tan bien? Bordábamos juntas, sembrábamos rosales, guisábamos para cenar y el silencio fue apartándose al punto en que llegué a conocer a la Gregoria más allá de la mujer de la que se enamoró mi hombre. Conocí a la mujer detrás del odio. A lo mejor eso te pone alegre. *Yo me fui poniendo peor. Mientras me costaba pararme, regar los rosales y mantener mi casa limpia, ella siguió viniendo y cuidando de mí.
Fue hasta un día, en que la tos no me dejaba respirar, que tuve noticias de sus intenciones. En este pueblo de paredes transparentes, todo se sabe. Más pronto que la tos me llegó la noticia que Gregoria, con sus cuidados y paliativos, con su indulgente estima y amable compañía, estaba alargando mi muerte para que no fuera yo quien llegara primero al cielo con Tarcisio. No me pareció estúpido, porque mis oraciones estaban con Tarcisio, mis pasos encaminados a él, y mi corazón junto al suyo latiendo entre las brisas del paraíso.

Montaje con grabados de Iveth Aguilar y Heidy Soriano, Grupo Formativo de Grabado
Créeme que la decepción me pesó. Gregoria estaba también enferma, y cuando se enteró de mi mal, ella corrió a alejarme de la muerte para no tener competencia en el corazón celestial de Tarcisio. ¿Quién en este mundo llora tanto por un hombre que ruega morir antes, para estar con él en el paraíso? ¿Quién tendría la crueldad de retrasar la dulce muerte natural de una rival para llegar más deprisa al cielo? ¿Quién más que Gregoria para pelear con clemencia por una muerte más rápida, por un lugar en el cielo junto a un desdichado escupehumo?
Al día siguiente de que me enteré de su desquiciado deseo la corrí violentamente de mi casa: arranqué los rosales que habíamos sembrado juntas y se los tiré degollados a sus pies. Yo lloré por la amiga que me duró poco. Ella, se dio la vuelta y se fue.
Poco después me contaste lo que le pasó. Cuando salió de mi portón, sus ojos se soltaron en torrente de lágrimas salinas. Casi la atropellan dos veces cruzando las calles con los ojos nublados por llorar. Un mes después yo estaba peor que cuando la corrí de mi casa, y la noticia que me trajiste casi me mata. Una tarde, caminando sola, yendo por calabaza para su puesto, un desgraciado quiso quitarle sus pertenencias. La asustó por la espalda con un cuchillo remendado y sin filo. Ella se espantó mucho y se quedó pasmada. Como el ratero se tardó en arrebatarle su monedero y las calabazas, un hombre vestido de manta que por ahí pasaba se le botó encima y forcejeó con él la navaja. Gregoria salió corriendo con los mismos ojos nublados con que salió de mi casa. El camión que ahí doblaba no tuvo modo de verla y pasó encima de ella.
Hasta pude ver que la ingrata se murió con una sonrisa
Solo hubo una cosa que no me contaste. Tú supiste de todo esto muy pronto. Lo supiste con tanto detalle que cuando llegaste a contármelo todavía traías un olor a fierro y calabaza podrida. No me dijiste que al momento en que Gregoria cayó al piso, antes de que la gente se arremolinara al cuerpo, tú te la quedaste viendo por varios minutos. Pudiste hacer algo antes de que su cuerpo exhalara por última vez. Pude haber estado menos sola. No te reprocho nada, tú sabrás tus motivos. A lo mejor estabas embelesado por el sortilegio que trae la muerte. A lo mejor ella tenía que llegar antes.
Entre la zozobra y la enfermedad, me costó trabajo ir a despedirla. La vi descansando plácida en su féretro. Hasta pude ver que la ingrata se murió con una sonrisa. Estoy segura de que en los últimos momentos ella sintió la dicha de llegar al cielo primero que yo.
Ahora que yo me voy también al cielo, solo añoro llegar a un lado cerquita de Gregoria.