CREA | ULSA Oaxaca

Casos irrecuperables

con una sola llave

Rodrigo Caballero

Fotografía: Dirección General de la Administración Sanitaria y Asistencia Pública de la Intendencia Municipal de la Capital, Public domain, via Wikimedia Commons

La conocí en una excursión del Seminario de Psicología, durante una visita al antiguo hospital psiquiátrico de San Cristóbal, ahora convertido en museo. Se llamaba Clara, y su nombre le hacía justicia: parecía hecha de luz. Su cabello castaño caía en ondas suaves y su sonrisa tenía algo hipnótico, como si conociera secretos que los demás no.

Nos tocó sentarnos juntos en el autobús, y en el trayecto hablamos de teorías de la personalidad. Le encantaba Erikson; decía que cada etapa de la vida era una puerta con una sola llave, y que la mayoría la perdía antes de encontrarla. Yo solo asentía, fascinado no solo por su inteligencia, sino por el brillo extraño en sus ojos cuando hablaba de crisis y traumas. Cuando me miraba a los ojos parecía que podía ver a través de mí; era tan perfecta que parecía irreal que estuviera junto a ella.

Ya en el hospital, Clara se separó del grupo. La vi deslizarse por un pasillo lateral, cerrado al público, sin que nadie más lo notara. Sentí un impulso extraño y la seguí. La encontré frente a una vieja puerta metálica que decía Unidad de Casos Irrecuperables. Estaba entreabierta. Ella no se sorprendió al verme, incluso parecía que me estaba esperando.

—¿Sabías que este lugar fue cerrado porque uno de los internos desapareció sin dejar rastro? —me susurró—. Nunca encontraron su cuerpo. Pero dicen que su energía sigue aquí, esperando.

Su voz había cambiado, era más baja, más fría. Me reí nervioso, pensando que quería asustarme. —¿Lo crees de verdad? —No hace falta creer —dijo, entrando a la sala.

La seguí. Había camas oxidadas, retratos rotos y un enorme espejo cubierto con una sábana. Clara caminó directo hacia él. Lo destapó.

Montaje a partir de: Leonardo Aguiar from São Paulo, Brazil, CC BY 2.0 <https://creativecommons.org/licenses/by/2.0>, via Wikimedia Commons; Dietmar Rabich / Wikimedia Commons / “Aachen, Brunnen -Kreislauf des Geldes- — 2021 — 6625” / CC BY-SA 4.0

En el reflejo estábamos nosotros dos. Pero mi reflejo no se movía. Me miraba con los ojos completamente negros.

Me congelé. El reflejo de Clara tampoco era el esperado, su cuerpo parecía desvanecerse en una especie de sombra flotante que solo el espejo revelaba. Me miró, y en ese momento un escalofrío recorrió todo mi cuerpo al pensar que jamás la había tocado, que en el viaje habíamos tenido cierta distancia.

—No todos los que vienen a estudiar la mente están preparados para entender lo que hay más allá de ella. A veces, para curar algo, tienes que romperlo primero. ¿Estás listo para eso?

Sentí un golpe seco en la nuca. Oscuridad.

Desperté horas después, solo, en el pasillo. Me dijeron que nadie recordaba a ninguna Clara, que en la lista de inscritos en la excursión no aparecía su nombre.

Pero yo sí la vi. La escuché. La sentí. Y desde ese día, cuando me miro al espejo, mi reflejo tarda un segundo más en imitarme.

Montaje a partir de: Commons user Sailko, CC BY 3.0 <https://creativecommons.org/licenses/by/3.0>, via Wikimedia Commons; Sync96, CC BY-SA 3.0 https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0, via Wikimedia Commons; Nolan Issac nolanissac, CC0, via Wikimedia Commons

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