CREA | ULSA Oaxaca

¿Cuál es la máquina más importante hoy?

La metamorfosis

Juan Pablo Martin

Grupo Representativo de Escritura Creativa

Arte-libro: Jorge Hernández Ortiz, Grupo Representativo de Artes Plásticas

El siglo XXI ha sido un siglo marcado por un ingente desarrollo tecnológico. La contemporaneidad está sumergida en una burbuja ―aparentemente atemporal― de hiperactividad; una hiperactividad que propicia la creación de un sinfín de máquinas y tecnologías que tienen como manifiesto servir a los imperativos de rendimiento propios del sistema hegemónico actual: el neoliberalismo.

Surge entonces una interrogante clave para entender las nuevas formas de vida e interacción social en el marco del siglo XXI: ¿cuál es la máquina más importante actualmente? Y la respuesta sigue siendo la misma de hace 100, 500 e incluso sigue siendo la misma de hace 10,000 años. El ser humano.

Al plantear al ser humano como una máquina pensante se cae, inexorablemente, dentro de paradigmas propios del pensamiento cartesiano. Y si bien es un hecho que hoy en día estos modelos mecanicistas pueden ser catalogados como reduccionistas y deterministas, en el presente artículo, me sirvo de este símil no para defender una postura ontológica propia del siglo XIX, sino para exponer y evidenciar de manera más práctica la situación laboral de una sociedad precarizada. Así mismo, esta concepción corpórea es de gran ayuda para entender mejor cómo el sistema neoliberal reduce la vitalidad de los individuos a una mera cuestión laboral, burocrática y desalmada. En este sentido, se puede evocar a dos grandes obras de ficción, que logran plasmar el paradero actual del aparato proletario: La Metamorfosis de Franz Kafka y el mito griego de Sísifo.

existe mayor libertad, tanto individual como social, en decidir no hacer algo, que en hacerlo realmente

Pareciera que como en La metamorfosis de Kafka, la única salida plausible ―entre comillas― de este sistema lacerante de rendimiento y producción sería convertirse en insectos. Porque el ser insectos representa un estado de inutilidad. Ellos no responden a ningún sistema burgués o señor feudal. Ellos no son máquinas desalmadas de hiperactividad. Ellos son realmente libres, porque el no hacer, dentro del escenario de una sociedad de lo útil, es sinónimo de libertad. Esto se debe a que existe mayor libertad, tanto individual como social, en decidir no hacer algo que en hacerlo realmente. De la misma forma, la libertad procede de lo negativo, de la excepción. En una sociedad del We can do it!; es decir, en una sociedad enferma por el optimismo violento, la pérdida del no y la desmesura, se erradican por completo las nociones ―verdaderas― de libertad.

El sistema neoliberal se sirve de lo positivo para mantener, así, su estado actual de dominación. Esta positivización se refiere a una hiperactividad que erradica por completo la vida contemplativa del ser humano a favor de una supuesta libertad económica. Libertad que, irónicamente, se opone a la libertad plena y de decisión del ser humano a través de un imperativo ―arbitrario― de rendimiento. Este paradigma se fundamenta en la hiperproducción, la hiperatención y la sobreestimulación. No obstante, esta dominación de la “actividad” sobre el reposo y la inacción, termina siendo estéril y contraproducente; ya que, un mundo sin ocio es un mundo mediocre y seco.

En las ciencias biológicas y de la salud, existe, a su vez, un fenómeno que perpetúa la hiperproducción sobre todas las cosas, que consiste en la proliferación desmesurada y anormal de células que han perdido todo mecanismo normal de regulación; y que, si bien es concebido mayoritariamente como una condición médica, podría ser este, también, una poderosa analogía para comprender el fenómeno neoliberal: el cáncer.

No hay mayor pasividad que la que existe en la hiperactividad. En este sentido la vida laboral del cuerpo social termina siendo análoga a la tortura de Sísifo; este ser mitológico que es castigado por los dioses con un trabajo eterno, sin entretiempos y, en las palabras de Albert Camus, absurdo. Para comprender esto mejor, basta con analizar los logros neoliberales y de su imperativo de rendimiento; el supuesto progreso es mínimo ―o nulo― comparado con las crisis climáticas, económicas y sociales que han surgido en las últimas décadas. Así mismo, no hay que olvidar que, como Sísifo, el hombre contemporáneo pierde toda noción de vitalidad, propósito ―en el sentido personal y fuera de las jerarquías capitalistas― y reposo para convertirse, finalmente, en una máquina promiscua y enajenada por una sociedad del trabajo.

Si bien es cierto que lo que establezco en el presente texto se ha dicho ya en un sinfín de ocasiones; si bien es cierto que lo han pronunciado ya las bocas de Kafka, Bourdieu, Marx y demás poetas del capital, la crítica, los puños y los gritos no cesarán hasta que deje de haber en el mundo hombres-máquina, y se hayan convertido todos en insectos inútilmente libres. Y al final, será a Gregorio Samsa a quien nos imaginemos como inútilmente feliz, y no a Sísifo, el proletario por excelencia de los dioses.

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